Tú, que me dijiste,
que me amabas
en aquella, nuestra
esquina de amor,
con la oscuridad de
noche, me abrazabas
prometiéndome un
mundo mucho mejor.
Yo, que te entregué,
con tanto amor mi flor
de pétalos rojos,
mientras tú me acariciabas,
desde aquella noche,
tus promesas tenían pudor
a mentira, a
sentimiento que te me marchabas.
Con palabras dulces,
saciaste tú pobre hambre
y no sabias, que
hubieras desecho mi armazón,
porque yo te amaba,
desde que vi tú nombre.
Algunos hombres, ya
nacen sin tener corazón
sin saber, lo difícil
que es, ser un buen hombre,
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